Los prolegómenos de la niebla
1
Vi una joven de ojos con mar, sentada entre dos fuegos, bajo unos árboles viejos como la especie.
Yo iba apurado, como se va en la vida y sólo pude ver que me miró triste mientras decía palabras suaves desde una sonrisa calma.
No logré reaccionar.
Estaba en la ciudad de Olahimir, actual sede del consejo, acababa de entrar al Parque de la Gran Madre.
La vi entre vahos azules con aromas que no eran del planeta, exquisitos como nunca había sentido y que en este momento acosan mi memoria. Se hallaba en la zona con la especie de driables traídos del Séptimo Sistema Solar, cerca del tótem por el fin de la Octava Guerra Civil.
Seguí la Vía Tres hasta atravesar todo el parque y luego tomé la Avenida del Díspolo.
La masa apedreaba las calles y avanzar se hacía difícil. Pero nada detenía el ritmo.
A partir de entonces, a menudo, pienso en como es posible que andemos de manera tan vehemente, a paso imparable, sin detenernos un momento, sin la posibilidad de hallar a alguien, sin saber a dónde vamos.
Cuando su imagen explotó en mi mente, había caminado mucho y tuve que luchar contra la multitud para detenerme. Me encontraba frente a los edificios de marfil del barrio Gáon. Durante unos momentos me aterroricé porque no podía discernir si lo que recordaba era un sueño y si no lo era, dónde y cuándo había sucedido.
Pude tranquilizarme y ubicar las imágenes. Emprendí la vuelta lo mas rápido posible, nuevamente con problemas, ahora porque mi ritmo era mas acelerado que el común.
Cuando entré al parque, el sol ya jugueteaba con el horizonte y los melliras comenzaban a despertar y levantar vuelo.
Mi corazón balbucía y supongo que mi cara daba pena.
Naturalmente ella ya no estaba.
Sólo quedaban uno rastros de niebla, que se ensortijaban entre las ramas de los driables.
Cuando el llanto se hubo extinguido en mí y pude ver con claridad, descubrí que desde donde ella había estado, nacía niebla y aparecían, propagándose, unas flores amarillo-doradas, de pétalos finos y un constante fluir de lágrimas.
2
Han pasado once años.
La niebla continúa, cubriendo hoy el planeta.
Las flores lloronas son una peste.
Y yo la sigo buscando.
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Vi una joven de ojos con mar, sentada entre dos fuegos, bajo unos árboles viejos como la especie.
Yo iba apurado, como se va en la vida y sólo pude ver que me miró triste mientras decía palabras suaves desde una sonrisa calma.
No logré reaccionar.
Estaba en la ciudad de Olahimir, actual sede del consejo, acababa de entrar al Parque de la Gran Madre.
La vi entre vahos azules con aromas que no eran del planeta, exquisitos como nunca había sentido y que en este momento acosan mi memoria. Se hallaba en la zona con la especie de driables traídos del Séptimo Sistema Solar, cerca del tótem por el fin de la Octava Guerra Civil.
Seguí la Vía Tres hasta atravesar todo el parque y luego tomé la Avenida del Díspolo.
La masa apedreaba las calles y avanzar se hacía difícil. Pero nada detenía el ritmo.
A partir de entonces, a menudo, pienso en como es posible que andemos de manera tan vehemente, a paso imparable, sin detenernos un momento, sin la posibilidad de hallar a alguien, sin saber a dónde vamos.
Cuando su imagen explotó en mi mente, había caminado mucho y tuve que luchar contra la multitud para detenerme. Me encontraba frente a los edificios de marfil del barrio Gáon. Durante unos momentos me aterroricé porque no podía discernir si lo que recordaba era un sueño y si no lo era, dónde y cuándo había sucedido.
Pude tranquilizarme y ubicar las imágenes. Emprendí la vuelta lo mas rápido posible, nuevamente con problemas, ahora porque mi ritmo era mas acelerado que el común.
Cuando entré al parque, el sol ya jugueteaba con el horizonte y los melliras comenzaban a despertar y levantar vuelo.
Mi corazón balbucía y supongo que mi cara daba pena.
Naturalmente ella ya no estaba.
Sólo quedaban uno rastros de niebla, que se ensortijaban entre las ramas de los driables.
Cuando el llanto se hubo extinguido en mí y pude ver con claridad, descubrí que desde donde ella había estado, nacía niebla y aparecían, propagándose, unas flores amarillo-doradas, de pétalos finos y un constante fluir de lágrimas.
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Han pasado once años.
La niebla continúa, cubriendo hoy el planeta.
Las flores lloronas son una peste.
Y yo la sigo buscando.
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